Geografía en la calle

Geografía en la calle
"Porque allí van las personas del sueño a la poesía" Silvio Rodriguez

martes, 25 de febrero de 2014

SUBLIMACIÓN


Sumergirse y callar el gemido
Silenciar las glándulas del desencanto
Inhalar el narcisismo alicaído
Sentir las  vibraciones del crujir tardío
Y absolver el mantra desafinado

Respirar y husmear el cogollo
Desmitificar el idilio desfigurado
Clausurar el calor del tiento
Lapidar los nervios del superyó
Y objetar a la libido asimilada

Ablandar e imaginar  geosminas
Exhalar la pasión atrincherada
Trasmutar de semilla a amapola
Desviar el palier de las pulsiones
Y alistarse a los vagones del delirio

Soltar y  crear polvorines
Distorsionar el ángulo de la mirada
Mudar de quietud a valentía
Elevarse hasta rozar el lucero 
Y oír libertad emanando desde el 

CENTRO



T!nCh0

25/02/2014





Fotos: Pablo Martínez

lunes, 17 de febrero de 2014

Viento humahuaqueño



Fluye el viento humahuaqueño
conductor de nubes
azafata del cielo
migrante del cerro



Sopla el aire sonajero
por senderos de sol y sombra
rechillando en las hojas
las coplas de los puesteros

Vuela un ventarrón puneño
en la quebrada del pensamiento
llevándose en cada suspiro
las penurias de tanto olvido

Se oye el chiflido del Pucará
renaciendo del destierro
viene a trote en las vicuñas
a quebrar el sacro destino


Allá se va el viento humahuaqueño
corriendo por sonrientes trigos
creyendo en el poder de su soplido
       deja atrás todo lo vivido


T!nCh0

13/01/14
Fotos: Claudia Serrano

viernes, 14 de febrero de 2014

Sonreirás


Cuando la primavera asome
  y brote tenue en flor
el aromo enamorado del jazmín
Me verás en pétalos cantando
                              y sonreirás inconsciente

Cuando la puerta se trabe por descuido
y no puedas acceder al comedor,
Dos manos y una ganzúa 
la abrirán con mi paciencia
                           y sonreirás sorprendida

Cuando Otro jueves cobarde
suene bajito en la radio
Tus inquietos pies bailarán
a contra ritmo de los míos
                               y sonreirás embriagada

Cuando en tu impredecible horizonte
se dibujen gigantescas montañas
Me hallarás bajando con cara de río
resurgiendo en las copas de un vino
                                  y sonreirás en una tonada

Cuando el día termine
y necesites un tibio cariño
Calzarás el pijama gris de mi cuerpo
hormiguitas bajarán por tu espalda
         y sonreirás acalorada


Cuando al atravesar la plaza
escuches a un loco recitando
la miel filosofal de un poema
Encontrarás mi voz en algún verso
                      y sonreirás enfadada

Cuando revolviendo tu repisa
dejes escapar de entre los libros
el doblado papel amarillo
Recordarás cuanto te quise
                 y sonreirás extrañada

Cuando emprendas un nuevo viaje
mirarás al cielo con tu simpleza
y sonreirás despabilada
Quizá no halles mi sonrisa
pero me conforma que sonrías



T!nCh0

23/01/2014
Fotos: Claudia Serrano

miércoles, 12 de febrero de 2014

Cactus

¿Qué hago ahora?
con tanto cielo dibujado
con tanto escupir sin salivar
con tanta tranquilidad desparramada

¿Qué hago ahora?
inmenso valle altiplano
diminuta silueta de tallo
y no alcanzo al vuelo del pájaro
que asomó su canto de libertad

El viento despeina las pupilas
nubes escabullen tras el tiempo
        lento, paulatino
y el sol impregna con rayitos
 catorce colores en el pecho

Rugosidades de deseos
trasmutando en flor
las promesas de la sed
que obsequiaron las espinas

Parálisis suculenta y sin sentido
como cardón adosado a la montaña
Paciente aguarda en el centro
     el agua escatimada
que he de beber mañana

T!nCh0

12/01/2014
Fotos: Claudia Serrano

sábado, 8 de febrero de 2014

El capitán Flaco

Va el capitán Flaco por el espacio
como un pescado sin rabia
dispuesto a conquistar una galaxia
que no lo ha dado por perdido

No lleva banderines
ni una estampita de consuelo
Tampoco el extraño anillo
lo acompaña en el misterio

Por ahí va el capitán Flaco
cautivando en las mañanas
la miel que deja su voz
cuando abrimos la ventana

Lleva la sed verdadera
de  dibujar en el cielo
aquel acorde invisible
que ha de empujarnos al vuelo

Ya no se limita a vivir
Ya logró ver el tren del alba
acariciando las estrellas,
Ya aprendió a ser luz entre la gente

Su canción ha vuelto del sol
por los puentes amarillos
a cantarnos desde el carozo
que no existe el olvido

Ahí va el capitán flaco
por este espacio sin forma
y sus hojas que son del viento
hoy encuentran música eterna en la vida

T!nCh0


08/02/2014

Foto: Claudia Serrano


jueves, 6 de febrero de 2014

Los cocineros de los 7 colores




               Una noche de enero dormitaba tranquilo el joven viajante en el interior de su carpa, disfrutando de aquellas merecidas vacaciones, que había decidido pasar esta vez un pueblito ubicado en las inmediaciones de la Quebrada de Humahuaca, en la provincia de Jujuy del Noroeste argentino. Aquel pueblo decía llamarse Purmamarca, cuyo topónimo proviene de la lengua aymara, que etimológicamente purma significa desierto y marca ciudad, por lo que aquellas comunidades lo suelen conocer más bien como la ciudad del  desierto. Un desierto puneño que a esas latitudes de Los Andes adquiere fisonomías sorprendentes, difícil de imaginar, con cardones brotando desde cualquier rincón de montañas multicolores y pueblos enteros que aún conservan las prácticas culturales heredadas de sus ancestros.
                El muchacho  había llegado ese mismo día por la mañana al pueblo, había recorrido junto a su compañía de viaje y a las amistades pasajeras que fue encontrando en el camino, los recovecos de aquella pequeña ciudad colmada de gente por esas fechas del año; había salido a dar un paseo rodeando el cerro más cercano a las casas que aparece como dibujado en el horizonte y al cual el turista que llega desea conocer por su paso por la Quebrada; había esquivado acceder a la foto aburrida que todos aspiran de aquella colina, prefiriendo reconocer esos pliegues con su tacto, convertir en parte de sus ojos cada color que el sol iluminaba en las majestuosas; se había sentido extasiado por el atardecer purmamarqueño, logrando establecer una extraña conexión con la energía de aquel lugar.
                Luego de la caminata había cenado junto a sus pares una creativa comida vegetariana de campamento, compartido algún que otro ritual y a eso de las veintitrés horas decidió terminar su día yéndose a dormitar con la panza y el alma contenta. El cansancio que denotaba su cuerpo luego de una activa jornada no tardó en imponer su peso, al cabo de unos escasos minutos logró conectar el plácido sueño. El yacer venía tranquilo, no parecía mostrar alguna anomalía que interfiera la cotidianidad de una noche de descanso. Pero la armonía pareció romperse a la segunda hora de pernoctar dentro de su bolsa de dormir cuando en su sueño irrumpió el arder descontrolado de aquellos siete colores, o quizás más, que lo habían maravillado por la tarde. El calor de los mismos comenzó a hervirle la piel, sintió como si su alma se incendiaba y el fuego multicolor transitaba desde el centro del cerebro hacia la punta de su lengua, sus manos se convertían en llamaradas color anaranjado entremezclado con blanco y desde su ombligo se esgrimía un centello de gamas marrones y morados. La temperatura de su cuerpo había adquirido un nivel tan alto como la altura sobre el nivel del mar en la que se encontraba, y  en el instante en que comenzaron a bajar desde  su frente gotitas de transpiración, el joven abandonó exaltado el sueño y se despertó sediento de respuestas. Abrió la carpa, accedió al exterior entre dormido, miró a su alrededor y encontró a las demás personas durmiendo, levantó su vista hacia el cielo y de ahí en más decidió seguir caminando hacia el suroeste, persiguiendo simplemente el brillar de las estrellas, dejó atrás el camping, atravesó la todavía ciudad despierta entre peñas y jóvenes girando por la noche; pero él parecía encontrarse en ese mismo lugar sin nadie alrededor, con el insomnio incendiándole el inconsciente. Encontró el camino que había emprendido más temprano, bordeó otra vez el cerro y trató de alejarse lo más posible del ruido y las luces de la ciudad; caminó un buen rato hasta ubicarse en un lugar completamente desolado de personas, para verse sólo él y la inmensidad de los cerros que a esa hora de la noche se encontraban iluminados por una luna llena que comenzaba a dejar de serlo. Se sintió diminuto por aquella infinidad, el frío de la noche no parecía apaciguar el calor que ahondaba su cuerpo, aún estando vestido con un simple pijama de verano. El éxtasis de la tarde se había vuelto a manifestar, pero esta vez estaba sólo de cara al mundo de colores.
                Se acostó tendido en el suelo pedregoso mirando hacia el oscuro cielo, intentando espiar el cercano movimiento de las nubes, y repentinamente una ráfaga ventosa de gran velocidad corrió con dirección norte-sur, levantando una nebulosa de tierra que dificultó la visibilidad por un rato. Cuando el ventarrón entró en calma y el cielo se limpió recuperando su pasividad, ruidos raros comenzaron a rugir desde distintos puntos del cerro, se oían pasos ensordecedores que despertaron sus ángeles del temor, y de un momento a otro aquellos pasos se convirtieron en niños que bajaban la colina en su dirección. Al principio el miedo le erizó la piel y sintió unas ganas descomunales de salir corriendo por el camino que había llegado, pero había algo en su interior que le decía que debía mantenerse tranquilo, que lo que había ido a buscar lo estaba encontrando. En el breve trayecto en que aquellos extraños críos se dirigieron hacia él, es decir unas milésimas de segundos, percibió que el calor del sueño ardía más que nunca. Al instante logró ver cara a cara y muy cercanos a él a esos niños hijos de la montaña, halló en ellos rasgos indígenas con el sol barnizado como un trigo en su piel y ojitos de lunas de carnaval; pronto pudo darse cuenta que ningún daño le harían, los reconoció contentos con ganas de celebrar dicho encuentro y predispuestos a ayudarlo a esclarecer esa enigmática energía que lo había llevado hasta allí.
-¿Quiénes son ustedes?- preguntó el pibe con voz temblorosa, y ellos que eran exactamente siete chiquilines y chiquilinas dejaron que hable el mayor de unos cinco años de edad, quien se presentó diciendo:
 –Me llamo Alwa, que quiere decir amanecer en la lengua aymara, todos ellos son mis amigos. Somos los niños que dimos los colores a estos cerros, somos los protagonistas de la leyenda que todos los habitantes de este pueblo recuerdan y conmemoran una vez al año la obra de nuestro trabajo, que le otorgó el brillo majestuoso, somos los artistas de los siete colores.
El joven viajero había pasado de un sentimiento de miedo a un grado de curiosidad extrema por conocer los detalles de tal obra de arte.-¿Y cómo fue que lograron tal perfección?- preguntó exaltado.
-Sucedió que cuando llegamos con nuestras familias a habitar esta ciudad del desierto, los cerros se encontraban bajitos y pálidos, mostraban la apariencia de un montículo aburrido. Por lo que una noche decidimos juntarnos  escapándonos de nuestros padres y vinimos para estos lados a darle un poco de color a los cerros. Pero aquí hay algo en la leyenda que se cuenta mal.- el joven los miraba anonadado
– ¿O sea que la historia es cierta pero el cómo se logró esto difiere de la leyenda?
-¡Exactamente! Nuestra intención no era subir a pintar con pinceles su apariencia como algunas versiones románticas andan diciendo, en realidad unos días previos a aquel acontecimiento nos veníamos juntando en la casa de Harawi, que es aquel niño que anda recogiendo piedritas. ¡Saluda Harawi!- le gritó mientras el otro niño respondió con un amigable saludo. –teníamos la intención de hacer un gran bizcochuelo para nuestros padres con los ingredientes que consiguiésemos. Éramos siete niños y cada uno debía elegir un ingrediente para condimentar el súper postre, acordamos que debían ser componentes con distintos colores para que cuando se despertasen nuestros padres y nuestro trabajo esté terminado, queden fascinados por lo que verían delante de sus ojos. Nos repartimos los siete ingredientes y estuvimos durante una semana entera recaudando lo necesario, trayendo para estos espacios los materiales que íbamos consiguiendo. Así un lunes por la madrugada, más o menos a ésta hora también de una noche de verano, comenzamos nuestra obra maestra, y ya que el trabajo era demasiado arduo decidimos dividir en siete días de labores nocturnos sostenidos para preparar el gran bizcochuelo, un día para cada ingrediente elegido.
- ¡Genial! ¿Y quién fue el dichoso o la dichosa de dar el punta pie inicial?
-Ankalli era el encargado del chocolate y se propuso como primer voluntario, así que entre todos comenzamos a mezclar toda la harina conseguida con un poco de agua, una gran cantidad de huevos, cucharadas de azúcar y aceite. Las revolvimos con un cardón gigantesco que se encontraba seco hacía ya un tiempo en el suelo y  había perdido las espinas, lo que nos permitió sujetarlo entre todos y mover el contenido que depositamos en el suelo. Paleábamos con nuestras manos desde los costados para que no se nos esparza mucho el fluido, y a medida que la masa se hacía más compacta e iba tomando un color crema, le fuimos agregando el chocolate elegido por Ankalli y entre tanto hacer girar el cucharón cactus, la masa adquirió un color marrón oscuro salpicado que advertía un marmolado semi listo. Lo dejamos reposar un rato, la levadura iniciaba su efecto y antes de que se endurezca demasiado, empezamos a lanzar con nuestras manos la deliciosa mezcla hacia las laderas de las pálidas montañas. Fue un trabajo muy afanoso y cansador, la noche había avanzado y debíamos terminar de enlucir todos estos cerros antes de que se hiciera de día y el sol solidificara por completo la masa. Por suerte Alt fue el más listo y creó un lanzador con piedras y unas ramas que las hizo tirantes como cintas que nos permitieron facilitar mucho el trabajo. Alrededor de las seis de la mañana ya habíamos terminado con la primera etapa antes de que el amanecer cayera sobre nosotros. El cerro había cambiado su apariencia, el marrón oscuro rejuvenecía su quietud, y un fuerte olor a chocolate invadió el pueblo. Regresamos a casa con el anhelo de volver a salir la próxima madrugad, otra vez a escondidas de nuestros padres.
- Pero tengo una duda, ¿cómo hicieron que sus padres no se percaten de lo hecho si los colores se ven fácilmente en el horizonte?
- Ahí está el punto amigo, la harina que utilizamos tenía una levadura especial que pudimos educarla para que se vaya elevando muy lentamente y que recién al séptimo día habría logrado crecer a tal magnitud que cubriera la colina. Y durante la mañana y la tarde de toda esa semana  además de descansar, debíamos procurar que nuestros padres no se asomen por este camino. Al principio fue una tarea complicada pero luego logramos que estén durante gran parte de la jornada muy distraídos con las labores cotidianas, sobre todo tratando de calmar a las llamas y alpacas que parecían haberse dado cuenta de que algo raro ocurría y muy alteradas andaban. Así fue que durante siete días debimos llevar a cabo ese artesanal y minucioso trabajo de distracción, y sobre todo confiando en la lentitud de la levadura educad por nosotros mismos.
-Perdón por tantas preguntas, pero el segundo día ¿qué eligieron?
-Calma compadre, no seas ansioso, deja esos males para la ciudad. Cuando el día martes estaba llegando a su fin, la noche cayó y se adentró la luna llena, huimos nuevamente hacia el cerro para comenzar con el  día dos de trabajo. Decidimos en una mini asamblea que era el turno del dulce de leche, buscamos los ingredientes que había recogido meticulosamente la niña Quillqa (del aymara designada, marcada por los dioses), seguimos la receta que tomó prestada (sin permiso) de su abuela, comenzamos a verter la abundante leche de cabra sobre una gigantesca cazuela de barro, y le agregamos la cantidad de azúcar que creímos necesaria, mientras la leña que fueron trayendo los demás niños comenzaba a arder debajo de la cazuela, y así permitir diluir de forma eficaz el azúcar en la leche. Luego con la delicadeza y la sabiduría adquirida de su mismísima abuela, fue agregando bicarbonato y vainilla, dando comienzo a la ceremonia de revolver colectivamente la mezcla durante un buen rato, para posterior dejarla cocer al fuego durante dos horas, removiendo el contenido de vez en cuando. A eso de las cuatro de la mañana el dulce de leche casero estaba consumado con un espesor exquisito, listo para agregarlo al marmolado que reposaba intacto y un poco más crecido desde la noche anterior. Esa noche cada uno se encargó de llevar una pala para que el trabajo de enlucido se nos hiciera más rápido, por lo que al cabo de un par de horas el cerro ya había adquirido un nuevo color. Ésta vez era un marrón claro que se adosaba al marrón oscuro del chocolate, y a medida que se estampaba el dulce de leche contra la corteza de la colina, descendía como pausado el espeso fluido siguiendo su propia inercia y en el metafórico movimiento se dibujaban cárcavas con formas extrañas, que al endurecerse luego daban la apariencia de almas solidificadas que se quedaron atrapadas en la sustancia del dulce de leche. Quedamos todos maravillados de lo que veíamos y queríamos quedarnos a disfrutar de ese inigualable momento, pero la madrugaba se aproximaba y antes de las seis de la mañana huimos para nuestras casas.
-Con razón cuando ésta tarde sentí como si alguien me miraba desde aquellas figuras, se lo comenté a mis amigos pero creyeron que estaba loco. Nos fuimos luego, pero nunca pude desprenderme de aquella sensación.- argumentó satisfecho el joven.
-Pues claro, sí tú te acercas ahora a esos colores claros y buscas con mayor profundidad, encontrarás las marcas de nuestras manos entre las coloridas rocas.
-¡Maravilloso!
-Bueno intentaré contar un poco más rápido la historia, recién terminamos el tercer día narrado y mira la hora que es. No vaya a ser que caiga alguien y nos encuentre, eso no puede suceder, sólo tú fuiste el elegido para conocer la verdad de ésta historia.
-No hay tiempo que perder prosigamos con la historia, no me quiero quedar con las ganas de conocer el final.- sostuvo orgulloso.
-El tercer día nos convocó a la misma hora, era el momento de decorar con los ingredientes que yo elegí. Quería pintar de rojo el bizcochuelo, mi color favorito es el rojo, quizá debe ser por la apasionado que soy. Así que me vine un rato antes sólo para estas alturas, quería quitarle trabajo a mis amigos ya que algunos ya estaban bastante cansado, y me puse a triturar con anticipación unas frutillas que obtuve de un intercambio con amiguitos provenientes del sur, era éste el primer paso para lograr la crema que había ideado. Cuando el resto llegó, ya estaban todas las frutillas trituradas y reposando en la gran cazuela, sólo restaba encender el fuego para cocinarlas unos minutos, y un grupo que se encargue de preparar la gelatina sin sabor con el jugo de naranjas que también había exprimido yo. Cuando sacamos del fuego a las frutillas, las mezclamos con la gelatina que ya estaba lista, comenzamos al revolver con gran empeño hasta lograr un color rojo intenso y con los catorce bracitos de los presentes, logramos terminar la mezcolanza al cabo de una hora. La dejamos reposando unos minutos en el fuego y luego la hicimos enfriarse con el fresco viento de la madrugada hasta que comenzó a espesarse, la crema de frutilla ya estaba lista y con el último esfuerzo de la noche comenzamos a lanzar el contenido a la montaña, debimos recurrir nuevamente al lanza cremas muy efectivo de Alt. A eso de las cuatro de la mañana la montaña se encontraba salpicada con un rojo de olores dulzones y una apariencia muy seductora, que se entremezclaba con las distintas tonalidades de marrón de las noches anteriores.
El día cuatro quisimos seguir con la gama rojiza y ésta vez el niño ingenioso Alt había preparado una combinación de frutos del bosque, también adquiridos desde el sur en aquel intercambio, que para lograr la crema que deseaba debíamos seguir los pasos muy parecidos a los del día anterior. El trabajo más costoso estaba en triturar uno a uno los arándanos, las frambuesas, las cerezas, la guinda y la mora andina, para cocinarlos luego en la cazuela y dejarlos preparados para ser mezclados con la gelatina que el otro grupo preparó. Cuando comenzamos a revolver con el cucharón cactus, la mezcla fue adquiriendo un color morado como las papas que se cultivaban en la tierra. Empezó nuevamente la ceremonia de arrojar a la colina lo preparado, ésta vez habíamos conseguido pequeñas vasijas de barro para cada uno y jugamos a quien llegaba más lejos con su fuerza. Así fue que a la cuarta noche sumamos el morado al cuerpo de ese bizcochuelo, que parecía estar tomando forma ya que la masa ya había iniciado su proceso de crecimiento; aún restaban tres días para lograr lo cometido.
-¿Qué tamaño tenía ya el cerro para ese entonces?
-Más o menos ya era un cuarto de lo que es hoy, por lo que todavía las demás montañas del lugar tapaban la visión hacia el pueblo. Entonces llegó el quinto día, o mejor dicho la quinta noche, y nuestro amigo Champiwillka quiso hacerle honor a su nombre (que significa rayo de sol) quiso pintar con abundancia de amarillo el gran postre, decía que le faltaba un poco de brillo. Había buscado una gran cantidad de yemas de huevos para barnizar el postre y también había conseguido duraznos provenientes de Mendoza que nos pusimos a rebanarlos para tenderlos en la montaña. Así este día sí usamos pinceles para barnizarlo, y sucedió que a cuatro de nosotros se nos volcó el contenido de las pequeñas vasijas mientras pintábamos colgados en la montaña y se nos fue un poco la mano con el color amarillento. Luego al agregarle los pedacitos de duraznos rebanados, la mezcla se hizo interesante, al término de esa noche el cerro obtuvo una apariencia muy colorida y lleno de vida con gamas amarillas y anaranjadas sonrientes. Las ganas de comer ese gran bizcochuelo eran cada vez mayores, pero no nos dejamos guiar por la tentación.
-Mm..creo que de todos los colores elegidos, éste por más que fue mas por accidente que por conciencia, es sin dudas el que más me gusta hasta ahora.
Sonrió el niño y prosiguió con la historia. –El sexto y penúltimo día fue el turno del niño poeta  Arwata  que eligió condimentar el gran postre con vegetales verdes. Recogió todos los restos de frutos secos nativos de la Quebrada, que conocía por tradición familiar, los vertió en la gran cazuela que contenía agua y preparamos todos juntos un gran té medicinal. Mientras el aroma del vapor se iba dispersando por los aires y la clorofila restante de los frutos hacían de las suyas, el poeta Arwata comenzó a recitar hermosos versos de agradecimiento por la miel de algarroba que en ese mismo momento estábamos vertiendo en la cazuela que ya tenía poco agua. Revolvimos con todas nuestras fuerzas, fue costoso por lo espesa que era aquella miel, y recurrimos al lanza crema de Alt, logrando que antes del amanecer el cerro creciente ya hubiera sumado el sexto color, esta vez un verdor fuerte que no es tan abundante comparado con el resto, pero que se puede ver su brillo intenso en cada atardecer.
-¿Y cómo fue para ustedes el último día de trabajo?
-Cuando llegó el domingo nos reunimos temprano a la comunión del último día de trabajo, Harawi tuvo la dicha de idear el retoque final, creía que a ese delicioso postre con tantos gustos bien combinados le haría falta un poco de merengue que revista el contorno de la masa multicolor. Así que era el momento de usar los ingredientes que él había recopilado, comenzamos a romper el centenar de huevos disponibles, quitamos de su interior las claras y los vertimos en la gran cazuela, las mezclamos con las porciones de azúcar y sal necesarias que establecía la receta para la cantidad que queríamos hacer. El batido posterior fue tan energético que parecía que dejábamos el alma en este último ingrediente, y cuando logramos obtener la crema ideal luego de una hora de preparamiento, la algarabía del trabajo casi terminado nos incitó a jugar alocados por todo el valle, arrojándonos merengue unos a otros, haciendo valer nuestra inocencia de niños. Fue tal el descontrol que cuando quisimos arrojar lo que correspondía al bizcochuelo, nos dimos cuenta que era muy poco lo que quedaba la mayoría estaba en nuestras caras, aunque lo arrojamos igual dispersándolo por todo el cerro, sobre todo en las partes bajas. Por eso hoy el color blanco se puede ver de manera muy intermitente en la colina.
-¿Qué sintieron en el momento de haber terminado esta maravillosa obra?
-Fue una sensación increíble, eso que todavía no te cuento quizás el momento más mágico. Sucedió que tal como la habíamos educado, la levadura en la harina comenzó a leudar muy rápidamente (aunque ya había leudado bastante) cuando terminamos de arrojar el merengue, al punto de alcanzar las dimensiones que hoy conocemos, y en ese ascender los colores entremezclados permanecieron adosados muy fuertemente a la montaña. Sólo la lluvia que cayó en ese preciso instante permitió que se diluyan un poco los colores y que las capas no queden tan uniformemente dispuestas. Cuando terminó el movimiento eran pasadas las seis de la mañana y el sol del amanecer ya daba sus primeros indicios, con el primer rayito que impacto en nuestros ojos no hicimos más que mirar el cerro, y ahí nos dimos cuenta que habíamos pintado un cuadro majestuoso e inigualable; pero entramos en razón que sería muy difícil que nuestros padres puedan comerlo. Pensamos que el marmolado y los demás ingredientes ya deberían estar incomibles, así que nos contentamos que cuando nuestros padres despierten mañana se contenten con ver el bizcochuelo de siete colores en el horizonte y que se recuerden de nosotros. Quizás no lo puedan comer, pero será una fuente de alimento para el pueblo purmamarqueño en el mañana, o sea hoy.
                Los niños lo rodearon al joven en un círculo, se le acercaron a paso simultáneo y lo abrazaron con cariño, manchando los siete colores en el pijama del joven. De pronto aquel viento fuerte volvió a invadir la noche y levantar una inmensa polvareda que le impidió abrir los ojos. Cuando se disipó, ya no había nadie alrededor, ya no se oía la voz de Alwa y sus amigos, ya no ardía el fuego en su pecho. Pero sí se sintió sofocado por el calor que imprimía el sol de la mañana que daba contra el techo de su carpa, y había elevado unos veinte grados la temperatura del ambiente asfixiante del interior,  obligándolo a despertarse del profundo y largo sueño que lo acompañó la noche entera. Abrió el cierre y salió desesperado de su carpa viajera en búsqueda de aire fresco, inspiró aliviado la brisa mañanera puneña, sintió el olor a bizcochuelo que estaba cocinando hacía rato ya una pareja vecina que acampaba, halló extrañas manchas de colores en su pijama, levantó su vista hacia el suroeste y encontró aquel cerro con sus siete colores intactos; imágenes se entrecruzaron como fotografías en su mente, y recordó de forma progresiva los detalles de aquel sueño, ya sin calor y con una gran sonrisa.
   T!nCh0
30/01/2014

Fotos: Claudia Serrano

lunes, 3 de febrero de 2014

Limbert preguntó

¿Me compra un mineral?
preguntó Limbert
con sus deditos de cobre
y sonrisa de zinc


En su palabras colgaban
juguetes ausentes en las manos
orejitas aturdidas por estruendos
la niñez extraviada en el cerro



Su inocente interrogante

era un tajo sin coagular
era la voz desgarrante
del obrero atrapado entre las piedras
que no alcanzó la claridad


El ofrecimiento de Limbert
era una puerta abierta al pasado
las lágrimas de coca del tío
el alcohol etílico antídoto del frío
pulmones negros respirando polvo
que escupen sangre por la boca




¿Me compra un mineral?
reiteró Limbert junto a su hermano
con su carita manchada de Potosí
con la viveza de un mayor prematuro
y los escasos años que restan
para calzarse el casco de minero

T!nCh0
14/01/2014

Fotos: Claudia Serrano