A veces cuando el día se está consumando, él
accede extenuado a su habitación, cruza hacia el último espacio que visitará en
su larga jornada, prende la luz de su cómoda e inicia el acto de desvestirse
sosegadamente, comenzando por un suave tironeo de la punta del cordón hasta lograr
ver desatadas por completas sus zapatillas negras; prosigue a quitarse el par
de medias y dejar que sus pies respiren agitados por sentir ese airecito que
permita emitir un suspiro de alivio entre sus dedos, y así continuar la
ceremonia hasta desprenderse de ese cúmulo de telas con formas que llevó a
cuestas durante horas y cambiarlas ahora por una vieja y gastada prenda que
ayer se llamaba remera, hoy pasó a denominarse pijama. Se acerca a su cama y
destapa el acolchado y las sábanas que estaban rigurosamente ordenadas así como
esperando a que con sus familiares manos abra el pasadizo hacia otra noche de
estar juntos, y en ese corto movimiento surge una atmósfera con un peculiar
olor a sábanas o a él mismo quizá, que denota el tiempo de compartimiento entre
ambos. Se sienta, acomoda la almohada entre su espalda y la pared, desconecta
el reloj de su cansado cuerpo, relaja las extremidades y siente cómo sus
músculos se distienden así como una energía que se encontraba atorada en cada
rincón de la fibra y al fin encuentra un escape para liberarse. Ya habiendo
aplacado su cansancio, ya habiendo escuchado el quejido del cuerpo, apaga la
luz de su lámpara y se predispone a dormir las pocas horas que le quedan para
volver a levantarse. Pero desde la inmensidad de la oscuridad comienzan a
aflorar recuerdos en su mente, lo invaden como un enjambre de abejas enfadadas
con un estúpido ser humano que atacó su panal y lo pican con desacato clavando
su aguijón en los resabios de la memoria, permitiendo que emerjan desde el
dolor imágenes de algún tiempo donde todo era primavera y brotaban flores a su
andar. Él comienza a sentirse ofuscado, a no entender los límites de su
cerebro, intenta reconciliarse con el sueño que hasta hace apenas segundos era
su mejor amigo, pero la evocación al pasado que su centro del sistema nervioso
envía a la mente es cada vez más fuerte como para evitarlo, por lo que los
sentidos entienden el mensaje recibido, lo decodifican y emprenden a activarse,
los poros de la epidermis se sensibilizan despavoridos, las amígdalas se ven
persuadidas y los párpados son asaltados por la exacerbación del aparato
lagrimal hasta desencadenar que una gota baje por el párpado, para que después sean
dos y tres, logrando que su rostro sea todo un llanto consumado. Los recuerdos
lo han vencido, se han organizado y han levantado un piquete de hecho que les
permitió tomar el sentido del presente del joven fatigado y llevarse esa sonrisa
construida con mucho esfuerzo durante todo el día.
Qué cruel es este trabajo del inconsciente
despachando figuraciones ya sin forma al consciente, recapitulando sentimientos
compartidos con otra persona que ya no existen, rememorando a lo más profundo
de su alma el devenir de sentirse habitado por alguien a la distancia,
retomándole a sus ganas esa fotografía que está quieta ahí en el tiempo,
otorgándole sólo el poder de mirarla e invitándolo a que poco a poco se duerma
pensando en ella adormecido en su morada. Seguro lo acompañará en el sueño y
las imágenes abandonarán la quietud y se sentirá reviviendo esos momentos en un
espacio irracional; quizá se reencuentre con jazmines en su boca o quizás la
primavera sea sólo un mal juego de su mente y el dolor se magnifique en el
sueño, y aparezcan nuevamente las abejas picándole con aguijones más afilados
ahora el interior de su ruidoso intestino, haciendo de sus cortas horas de
descanso toda una tortura sistemática de dormir y despertar y viceversa,
acabando o comenzando circularmente cuando los primeros murmullos de los pájaros
se asomen por la ventana y lo inviten a lidiar con su cansancio en otra larga
jornada por venir.
T!nCho
Fotos: Claudia Serrano
26/10/2013
26/10/2013