Caminando sobre un hilo
Camina
prendido de un hilo
asumiendo
los riesgos del fracaso
Avanza
degollando los miedos
de
encontrar sus yo enemistados
Transita
burlando penas
mutando de
dolor a movimiento
Se traslada
sintiendo la estabilidad
que desde
lo profundo viene asomando
Va
pedaleando el tiempo
mientras
las cobras lo impulsan hacia abajo
Sólo mira
el confín más cercano
y al
delirio le concede el más lejano
Se suelta
del último sostén
y se lanza
al azar del equilibrio
Se ríe de
sus tristezas
y desgarra
en gritos los silencios
Trasgrede
todas las estructuras
y se fuma
su propia locura
Va creyendo
ser más libre
o tal vez
un poco menos mundano
¿Acaso eso
es la felicidad?
La no-felicidad
y la estupefacción del “amor”
Tenías
razón, eso que alguna vez llamamos felicidad no existe ni nunca existió. Porque
en verdad aquello que vivimos cuando creímos sentir nuestro pecho hinchado por
el otro, no era más que un simulacro de lo que el común de la gente denomina
felicidad. ¿Hinchados de qué? De tus egos, de mis egos, de esa aura
que veíamos el uno en el otro capaz de sacarnos una sonrisa de una realidad que
poco se asemejaba a la realidad, ya que a ciencia exacta puedo contar con los
dedos de las manos las veces que nuestros tactos entraron en contacto. Sí,
claro que sentíamos que por más esporádico que fuera esa prematura contracción
del tiempo y del espacio en el que nuestras esencias se entrecruzaban bastaba
para alimentar el aura que rozaba la idealización; pero no era más que un mutuo
estado de embobamiento, de querer llenar nuestro vacío, nuestra soledad, colmar
ese saber en-falta que el psicoanálisis define cuando habla del sexo; toda ese
déficit podía atiborrarse mediante un puñado de cosas que tenías vos que me
gustaban y quizá en mi escaseaban, y viceversa; aquello era mezcla de deseo,
posesión y obsesión. Bueno y para las cosas que no nos gustaban existía un par
de palabras mágicas que con recurrencia son usadas como guías en cualquier
relación de a pares: ceder y construir. Ceder aquello que me sobra o no cuaja con el estereotipo que
los ojos del otro quieren ver y
someterse al posible cambio, para animarse a transitar la alocada desventura de
construir con alguien que poco tiene que
ver conmigo ni mi historia, sólo esas ganas de creer en que es posible una
construcción de algo sin forma y sin nombre pero cargado de sentimientos.
¿Acaso eso es el amor? Un estado transitorio pero continuo de estupefacción en
donde no hacemos más que sentirnos poderosos e invencibles, siendo capaz de
cometer la locura más alocada entre las locuras a costa de un deseo o una
obsesión o una posesión, sin otorgarnos un pequeño margen a premeditar las
consecuencias que la magnitud del acto conlleva.
Pero como
bien decís vos todo es transitorio, o acaso uno no sabe que lo escupen al mundo
desde el útero de la madre y nos echan a andar por el corto o medianamente
largo recorrido al que nosotros mismos apodamos vida, para encontrarnos con más
o menos gloria, según el caso, con la inminente muerte. Es un
transito que al avanzar va dejando
marcas por los caminos que raspa a su andar, pero no es un boomerang que vuelve
al mismísimo lugar desde donde partió, o mejor dicho puede volver a ese inicio
pero con otras formas ya que el acotado tiempo que transitó ya formó parte de
su pasado y decantó en su movimiento algún cambio. Así todo pasa y para quien
lo prefiere entender desde la óptica de la termodinámica, seguro eso no se estará
perdiendo, simplemente se está transformando en algo nuevo. El problema está en
el grado de estupefacción al que uno logra llegar ante el otro y cuánto deja de
ser uno mismo para creer que es dos, mientras el orgullo del yo se pierde en
esa mezcla inconclusa y peligrosa, en donde se somete a una jugosa disputa de
poderes del ceder y no ceder, de construir o destruir. Y es en la mezcla donde
las diferencias afloran como manchas en la piel, y ambos se dan cuenta que el
aura era simplemente un destello de los ojos de la persona amada, una puerta de
entrada al mundo real de la pareja en donde se intentará que no existan
dominantes ni dominados, sino parejas lo más parejas posibles. Puerta que se
abrirá para quien quiera seguir, quizá los encuentre ingresando de la mano con
las mismas ganas o quizá alguno/a entre en duda y se escape sin dar muchas
explicaciones antes de ingresar. Hay que tener cuidado porque el hilo del que
prende una pareja es tan finito que al que lo encuentre más desprevenido
probablemente lo pondrá frente a una des-pareja y lo desmantelará más de la
cuenta. Así ambos volverán a creer que todo es transitorio, y se estará
replanteando si esa felicidad por la que se desvivían hasta hace poco tiempo
realmente existe o alguna vez existió.
En fin, la
felicidad, aquello que nos hicieron creer desde niños con castillos de Disney,
es una fábula, una falta y también un resto. Cuántos filósofos y poetas
peleándose por definirla sin darse cuenta que era eso que pasaba lejos de los
libros, por el lado externo de su ventana. Porque ella como tal no existe, sólo
existe un camino para andar que es
habitado por esa máquina de sentimientos que dice ser el hombre, queriendo
fabricar cada tanto una satisfacción que de color a sus días y lo aleje del
temor a la muerte.
T!nCh0
18/11/2013
Fotos: Claudia Serrano