Geografía en la calle

Geografía en la calle
"Porque allí van las personas del sueño a la poesía" Silvio Rodriguez

miércoles, 8 de abril de 2020

Afuera el otoño/ adentro un mundo


Intuyo que afuera hay un otoño en crecimiento, con colores multiplicados y aire tibio de medio día desolado, lo presiento aunque la cuarentena se esfuerce en esconder la verdad.
Nosotres acá adentro, mirando desde la ventana un tiempo lento transitar, plagado de incertidumbres, de sospechosas ausencias, de ansiedades desmoralizadas, de abrazos atorados hace un mes, de rutinas sin horarios, de miedos paranoicos, y sueños deshojados como la hoja del plátano que sostengo.
Pero la luz parece mostrar otra silueta extrañada en el aire limpio de la ciudad y manifestada en la victoria sonora de los pájaros sobre las hasta hace poco invictas bocinas de automóviles, ¿será este el escenario predilecto de la nueva década?
De este lado de la realidad las casas se transforman en trincheras, en mundos confinados entre paredes inertes.Las cocinas mutadas a bares despoblados, las habitaciones imitando escuelas improvisadas y a veces gimnasios sin sentido. De un momento a otro los balcones pasaron a ser parques de encuentro con otras trincheras, espiadas a la distancia, entre mates de atardeceres y aplausos a las 21 a médicos convertidos en héroes y heroínas que, como aquellos mártires de Malvinas, van a la guerra sin armas,sosteniendo sólo una impotente bandera . Más cercano al otro mundo están las puertas herméticas con cerrojos insoslayables, que nos desafían a no atrevernos a cruzarla.  
Desde la ventana de un piso X una vecina controla a un joven que sonríe en la calle haciéndose el distraído. Panópticos se multiplican por las mirillas de los inframundos y las cámaras de seguridad pierden su trabajo, inútiles y solitarias. Mientras que dos departamentos más arriba una pareja prematura gasta sus días frotando las pieles en el sexo sin respiro, como si este mundo se acabase mañana. En el departamento de al lado una familia tipo con dos hijes ensaya una nueva comida con el poco dinero que le va quedando, mientras suma y resta centavos para el alquiler, las changas se acabaron y la ferretaría debió cerrarse, preventivamente, salvajemente. En la planta baja una señora cuarentona no aguanta más a su esposo, que manipulación mediante y con golpes consecuentes le deja en claro que el mundo está hecho a imagen y semejanza de varones, mientras su hija se encierra en su pieza en silencio sin poder mirar la cara de ese su padre, que en secreto también es su opresor. En el último piso del edificio de enfrente un concubinato ocasional de jóvenes amigues cantan cada tanto desde sus balcones alguna canción de protesta, melodías inauditas que nos inducen a darnos cuenta que todavía hay vida y que las 30 mil almas siguen presentes.
A decir verdad afuera en este ecuánime otoño sí hay gente deambulando por el huérfano asfalto. Barbijo como escudos, mochilas cuadradas en las espaldas y dos ruedas con o sin motor que giran siguiendo señales de GPS que conducen sus destinos cronometrados hacia el pan en migajas de explotadores , y también hacia el virus invisible, inminente.
Por la esquina vuelve a pasar a la misma hora de siempre el señor que apaciguadamente pedalea en su antigua bicileta de carga, con los restos de energía que guardó para este momento de pandemia ante una jubilación que nunca llegó y siempre le fue esquiva. Otres ni siquiera conservan esa fuerza, y son los rincones despoblados de la ciudad sus trincheras sin paredes, soportando en reiteradas ocasiones la violencia desmedida de la policía que nos cuida con sus golpes perversos. 
Más acá adentro les seres del mundo interno activan sus economías de guerra, se organizan con la familia de cuarentena que les tocó, si es que tuvo la suerte o la desgracia de estar acompañade, para salir en tandas a comprar provisiones reperfilando las medidas de seguridad, desafiando el riesgo y la soledad. Pero afuera la economía no reperfila, las deudas se acentúan y el otoño se excita en sus hojas amarillas como excitado está este maldito virus que causa estragos en el mundo, que muestra cómo las potencias neoliberales se desmoronan sin soldados que las salven y la isla comunista envía médicos salvavidas sin rencores de bloqueo.
 Más adentro aún, en el centro porfiado de la existencia estaremos todes preguntando a la almohada cuándo terminará todo este mal sueño, hasta cuándo podremos seguir imaginando cariño, encuentros inmateriales que no llegarán el próximo día.

Afuera el otoño avanza y el invierno parece estar esperándonos envalentonado, ansioso de invadir este nuestro mundo, y el virus sonriente.

Tincho Magallanes

08/04/2020