Ahora levanto mi vista que se ha perdido en este acto y ha olvidado el mundo de alrededor, intento reinsertarme en la realidad y me distancio de esa energía tan fuerte. Pero ahí sigue ella (o él) apuntándome con ese tubito metálico de color plateado, o con esos rulos somníferos y divertidos moviéndose con la brisa fresca de este joven otoño. Me llama y busca seducirme en una quimera de mi punto más débil emitiendo un suave olor de campos de yerbales misioneros que impregnan las madrugadas con sus fragancias, seducirme haciendo estremecer el olor de tu piel encausándose con mi piel.
Sin más para resistirme me acerco a él (o ella) y pongo mis ojos sobre el agujero donde cebo y dejo transitar cada día mis fuerzas, el vapor del agua caliente masajea mi barba; y ahí estamos cara a cara ella (o él) y yo deseándonos, con la figura sonriente de dos enamorados que se reencuentran después de meses de esperarse y de inventarse en la ausencia del tacto, esperando el momento oportuno para que uno de los dos se anime a acercar más su boca y sellen en un beso el placer de un rico MATE.
Foto: Claudia Serrano